Escrito que recoge mis impresiones sobre el Camino de Santiago
http://limonche.blogia.com/ (fotografías y tres primeras etapas)
Madrid a jueves, 17 de abril de 2008
Escribo esta crónica sólo unas horas después de haber llegado en tren desde Santiago de Compostela. Lo hago así para transcribir lo más fielmente posible las primeras impresiones de esta experiencia.
El camino andando a Santiago lo inicié en compañía de dos compañeros de la empresa en la que trabajé hasta mi prejubilación: Telefónica. Estos dos compañeros (Antonio y Julio) fueron quienes planificaron el viaje. Ellos tuvieron la gentileza de invitarme y desde aquí va para ellos mi agradecimiento.
Dicho esto he de expresar en primer lugar que esta ha sido una experiencia durísima, apegada a la tierra y alejada en cierta manera del cielo, sin concesiones; planificada y ejecutada con tremenda precisión, por dos ingenieros de planificación de redes de telecomunicaciones, que es la profesión que los mencionados ejercieron hasta su prejubilación.
Todo viaje genera unas expectativas. Yo esperaba la dureza; pero esta ha superado con creces todo lo imaginado.
Apenas si ha habido un instante para la meditación; la contemplación del árbol, la ermita o la puesta del sol. Jornadas con un promedio de treinta quilómetros, de desayuno a comida, literalmente (de siete de la mañana a dos o seis de la tarde en ocasiones), sin apenas resquicio para la parada, descanso o contemplación. Veintidós días que comenzaron el dieciocho de febrero y en tres jornadas salteadas de semanas distintas y diecinueve jornadas consecutivas, nos llevaron de la iglesia parroquial de Santiago y San Juan Bautista de Madrid, a la Catedral de Santiago, donde llegamos el miércoles de esta semana, día dieciséis de abril del año en curso de dos mil ocho.
La distancia que separa la iglesia de Santiago de Madrid de la catedral del mismo nombre en Compostela, de acuerdo con la asociación de amigos del camino de Santiago de Madrid
http://www.demadridalcamino.org, es de seiscientos setenta y seis quilómetros, justo el mismo número en metros a que se encuentra la mencionada iglesia con respecto del nivel del mar, que es de seiscientos setenta y seis.
Los diecinueve días seguidos los iniciamos en Segovia, el día veintinueve de marzo. La primera impresión de Segovia, vista en la lejanía desde Zamarramala, donde una vez al año las mujeres mandan sobre los hombres, es sobrecogedora y alienta cuadros de belleza semejante en jornadas posteriores. En la iglesia parroquial de Zamarramala, iglesia de la Magdalena, el párroco nos estampa el primer sello de nuestra acreditación continuada y nos habla de su iglesia. En ella contemplo en el pórtico de entrada y junto al altar, en el sagrario, el sol y la luna, símbolos “paganos” en un templo católico. Esta es una señal simple, de que todo forma parte de lo mismo: la tierra y el cielo; de que no hay privilegios, ni atribuciones de exclusividad. La madre tierra es el origen de la vida. La madre María es la continuación o evocación de una misma cosa.
El día siguiente, día treinta de marzo, el trayecto de Santa María la Real de Nieva a Coca, pasa entre otros por Navas de la Asunción, lugar donde Margarita, la hospedera del albergue y pastelera nos obsequia con pastelillos.
Margarita, a pesar de ser hospedera, no sabe del camino más allá de los seis quilómetros en ambos sentidos. Es sin embargo devota y agradecida de los peregrinos.
En Santa María la Real de Nieva visitamos el templo de Nuestra Señora de la Soterraña, anterior monasterio de dominicos, en el que yacen quinientos de ellos cubiertos cada uno por una especie de lápida de madera, junto a la tumba de un inquisidor cubierto de una lápida de mármol. La sensación que me produce esta visita es de inquietud.
El día dos de abril es el que se me hace más duro y provoca posteriormente una tristeza cercana a la depresión, que me hace incluso dudar de si continuar o no. Este día recorro cerca de cincuenta quilómetros, mochila de diez quilos a las espaldas, y apenas una parada de cuarenta minutos para comer unos huevos fritos y un pedazo de lomo de cerdo, siendo que no he probado la carne en más de dos años y que esta se nos sirve frita en su propia grasa.
La llegada del dos de abril es a Medina de Rioseco, donde se nos presenta un cura muy peculiar, Jano, que se asemeja más un bohemio de larga melena y rostro peculiar, que a un sacerdote. Jano nos regala una maravilla: la visita a la iglesia de santiago apóstol de Medina Rioseco. El retablo y toda la iglesia están centrados en el apóstol
http://es.wikipedia.org/wiki/Medina_de_Rioseco . Aquí comienza de alguna manera la vibración de Santiago, que continuará haciéndose presente en otras muchas iglesias o templos a él dedicados a lo largo del camino.
El día tres es el día en el que mi hijo Francisco Javier cumple veintiséis años. En la noche prácticamente no duermo, con aprensión en el pecho, pensando que de un momento a otro el corazón me pueda fallar. Decido no caminar ese día, que es justo una de las etapas más suaves y bonitas, Medina de Rioseco- Villalón de Campos, a orillas del Canal de Castilla.
El remordimiento de dejar solos a mis dos compañeros, unido al hecho de pasar el día del cumpleaños lejos de mi hijo, la situación de mi otro hijo; los mensajes de mi hija y el hecho de sentir que sí me fallo es a ellos y a mí mismo, me sumen en un estado de apatía profundo. Justo entonces aparece Santiago, un hospitalero del camino, de sesenta y ocho años, al que comento que he hecho la etapa en taxi.
- Pues los que llegan en taxi a los albergues en los que yo soy el hospitalero, no les dejo pasar. El camino es para hacerlo a pie, me regaña.
Sus palabras me hacen reaccionar y decido que al día siguiente, duerma o no, voy a seguir andando.
Así lo hago, pero sucede algo curioso. En Santervás de Campos, un pueblo cercano, en el que hacemos un alto y desde el cual se contempla el pueblo anterior, vemos a lo lejos que llega un peregrino: Santiago.
Saludamos a Santiago y contemplamos estupefactos que sin rubor alguno levanta la mano, para un coche y pide con desparpajo que le lleven al albergue del pueblo siguiente. Sus palabras de reproche evidentemente no iban dirigidas a él mismo; probablemente iban dirigidas a mí.
Este es el día también en el que me llama Carmen, una prima de mi primera esposa, con la que mantengo una buena relación de amistad, para comentarme que ha sido madre. Lo entiendo como un regalo y como la vida nueva que se manifiesta en este camino
Al día siguiente llegamos a Sahagún. Aquí, en la iglesia de San Tirso, convertida en museo, hay una tumba de piedra impresionante, que no se sabe bien a quien contiene o contuvo, pero que transmite muy buenas vibraciones. Me gusta y me deleito un instante, sentado frente a ella.
El día cinco hacemos el trayecto Sahagún- Mansilla de las Mulas. En mitad del camino me sorprende mi cuñado Néctor, que viene en sentido contrario. No me reconoce con la barba que llevo de varios días y contemplo con divertimento como me saluda sin saber quien soy. Su llegada me reconforta y es de una gran ayuda, pues hace calor y la distancia que me separa de mis compañeros es apreciable. Néctor viene a darme ánimos y es una bendición en el momento más oportuno.
Al día siguiente caminamos de nuevo cerca de cincuenta quilómetros en nuestro paso por León. Aquí me sucede algo curioso. Al aproximarme a la catedral, un joven, de la edad más o menos de mi hijo Roberto, se acerca a mí y sin dejar de mirarme a los ojos, con los suyos claros y azules me grita:
- ¡El amor es una tristeza¡
Yo le digo:
- Ámate a ti mismo y aprenderás a amar sin tristeza
Me sorprende el muchacho, que se aleja sonriente. Visito la catedral y a la salida de nuevo me espera:
- Entonces, me dice, lo que hay que hacer es amarse a uno mismo, ¿verdad?
- Sí, así es, le digo. Si te amas, amarás a los demás sin depender de nadie nada más que de ti mismo
El día siete nos caen unas gotas de granizo camino de Astorga. Otros días tendremos lluvia, nieve y sol.
El día ocho, en Rabanal del Camino, tenemos la oportunidad de escuchar el gregoriano de dos monjes benedictinos y de recibir de ellos la bendición del peregrino. Este es el día precisamente en el que me llama compungido mi hijo Francisco Javier para decirme que Bécquer, nuestro viejo gato persa, ha muerto.
El día once llegamos a Cebreiro, donde según la leyenda tuvo lugar el milagro de Cebreiro
http://www.corazones.org/lugares/espana/cebreiro/a_cebreiro.htm y es lugar donde se encuentra el santo grial. La subida es brutal, más de ochocientos metros de desnivel en apenas siete quilómetros. El corazón parece querer salírseme del pecho. Controlo el nerviosismo y finalmente tras una penosa subida alcanzo el objetivo.
En Cebreiro hablo con Manuel, un peregrino transeúnte, sin techo, un “mendigo” alcohólico que lleva seis años haciendo el camino. Manuel me dice que el camino nunca está solo, incluso el treinta y uno de diciembre de cada año. Me habla también de su familia, a la que no ve desde hace doce: me cuenta que no quiere dormir en albergues, porque no dejan entrar a su perro y me habla de otras muchas cosas. Es un hombre más joven que yo, pero tiene un aspecto cansado y triste, al tiempo que ajeno y distante. Manuel se me asemeja a Cristo. Me despido de él y le deseo suerte.
A la entrada de Triacastela hay un castaño que según nos comenta un lugareño tiene mil setecientos años. En la provincia de Lugo cada castaño o dada roble son como un monumento, una escultura viva en búsqueda de la perfección. Hay miles y miles y a cada cual más bello. Me detendría una eternidad para tocarlos o deleitarme en su contemplación, pero la marcha apremia.
Aroma el trayecto el brezo violeta, el enebro amarillo, los miles de colores del campo lucense, en los que la madre tierra se reconcilia con la sequedad cuarteada que se viene arrastrando desde Madrid.
El día doce me llevo una sorpresa aún mayor. Al llegar al hotel, a punto de arrojar la mochila, que me pesa y estorba, me esperan Sagrario y mi hermana Mari. Sagrario es mi amor. Me mira y se emociona. Yo no sé de qué manera llegar hasta ella. Las piernas me tiemblan del cansancio y de la impresión; la mochila se cae al suelo. Cesa la lluvia que viene cayendo y al poco perfuma el cielo una diadema de arco iris, que le ofrezco como regalo.
El día trece me llama la madre de mi primera esposa. Hace siete años de la separación y es la primera vez que lo hace. Dice que lo sintió mucho y que vaya a verla, pues se encuentra muy sola. Esta llamada me reconforta y reconcilia en cierta medida con ella.
El día quince me llama Esther, amiga, consejera y delicada mujer de carácter, que me insufla energías en el momento en el que de nuevo vuelvo a fallar. Otra vez es en Arzúa, justo donde hace cinco años, en mi primer camino de santiago, no pude con la subida, donde experimento una vez más una pequeña lipotimia. Es entonces cuando la llamada de aliento de Esther, los mensajes de Charo, Isabel y Domingo me ayudan en los últimos tres quilómetros.
Resumir el camino a trompicones puede dejar la impresión de que este ha sido una mera continuación de etapas. Así ha sido en cierta medida. Sin embargo, he podido apreciar detalles. El camino huele a María Magdalena, en iglesias y conventos dedicados a ella, pero también a la huella delicada del artista, que plasma en lienzos y tallas el amor que aún perdura. Maravillosa la talla de la catedral de Astorga, en su capilla de la Magdalena, en la que esta ofrece la ternura de sus pechos al aire. Conmovedora la talla de Ponferrada, en la que contempla enamorada a Jesús en la cruz. El camino huele también al sudor del peregrino; a los que dejaron su vida en el trayecto; a los que olvidaron cosas en él, a los turigrinos, que van sin saber bien porqué pero vuelven transformados.
No hay conclusión de este camino. De los seiscientos setenta y seis quilómetros desde Madrid yo he recorrido seiscientos veintiséis, dos jornadas de veinticinco las hice en coche. Aún me queda lo mejor por recorrer.
El abrazo del santo lo recibís todos cuantos recibís a su vez este correo. A los que así me lo pidieron los mencioné expresamente en el abrazo físico; de los demás lo hice por escrito particularmente o de manera generalizada para no olvidarme.
BENDICIÓN DE PEREGRINOS DEL MONASTERIO BENEDICTINO DE SAN SALVADOR DEL MONTE IRAGO
Oh Dios, te pedimos bendigas a estos peregrinos que, por amor de tu nombre, van a Compostela. Sé para ellos compañero en la marcha, guía en las encrucijadas, aliento en el cansancio, defensa en los peligros, albergue en el camino, sombra en el calor, luz en la oscuridad, consuelo en el desaliento, firmeza en los propósitos. Que por tu guía lleguen salvos al término de su camino y, enriquecidos de gracia y de virtudes, vuelvan de regreso a casa, que ahora se duele por su ausencia. Por Jesucristo, nuestro Señor
EL CAMINO DE SANTIAGO:
http://www.iultreia.net/Francisco Limonche Valverde flimonche@coitt.es